20090118

Atraccion

Atracción vs necesidad

Por Gabriel Boragina (C)

1.     definiciones

Para un mejor orden, comencemos por definir los términos objeto de nuestro tema, acudiendo al diccionario:

atracción.

(Del lat. attractĭo, -ōnis).

1. f. Acción de atraer.

2. f. Fuerza para atraer.

atraer.

(Del lat. attrahĕre)

1. tr. Dicho de un cuerpo: Acercar y retener en virtud de sus propiedades físicas a otro externo a sí mismo, o absorberlo dentro de sí. El imán atrae el hierro. Un remolino atrajo al marinero.

2. tr. Dicho de una persona o de una cosa: Hacer que acudan a sí otras cosas, animales o personas. La miel atrae las moscas. El hechicero atrajo la lluvia con una danza.

3. tr. Acarrear, ocasionar, dar lugar a algo. El cambio de Gobierno atrajo la inversión extranjera.

4. tr. Dicho de una persona o de una cosa: Ganar la voluntad, afecto, gusto o atención de otra. U. t. c. prnl. El rey se atrajo a las masas.

5. prnl. Dicho de las partículas de los cuerpos: Mantener su cohesión recíproca en virtud de sus propiedades físicas. Los átomos y las moléculas se atraen.

MORF. conjug. c. traer.

necesidad.

(Del lat. necessĭtas, -ātis).

1. f. Impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido.

2. f. Aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir.

3. f. Carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida.

4. f. Falta continuada de alimento que hace desfallecer.

5. f. Especial riesgo o peligro que se padece, y en que se necesita pronto auxilio.

DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición-Real Academia Española © Todos los derechos reservados

En el marco de las ciencias sociales, la finalidad de esta investigación consiste en tratar de establecer la relación, interrelación, coexistencia y/o dependencia que juegan estos conceptos en ese marco.

Una diferencia importante entre la atracción y la necesidad, que no aparece del todo clara en las definiciones que hemos transcripto, pero que consideramos de suma importancia, consiste en que la atracción conlleva un sentimiento de gratificación, de satisfacción, de placer, etc. En tanto que en la necesidad ese sentimiento puede estar presente o no.

En las relaciones sociales operan ambas fuerzas (atracción y necesidad) en diferentes grados, proporciones e intensidades, variando tanto en cantidad como en calidad.

Ahora bien, la pregunta es: algunas de estas fuerzas ¿es la que determina en forma excluyente los cambios sociales y sus interrelaciones? Unos responden que la sociedad es producto de la atracción que los individuos ejercen entre sí mutuamente; otros sostienen que -por el contrario- la sociedad se mueve y se cohesiona en función de una necesidad en los términos definidos por el diccionario y que citamos arriba. Y nosotros ¿qué opinamos al respecto?

Opinamos que ambos grupos tienen parte de razón, por lo que la sociedad nace, se estructura y se correlaciona en base a la atracción y la necesidad entre sus miembros. Los grupos que ponen el acento en la atracción como fuerza excluyente del fenómeno social suelen estar hallados entre los colectivistas ; los que ponen énfasis en la necesidad se inclinan -más bien- hacia el individualismo, sin que esto implique, por supuesto, una regla general ni mucho menos, sino -solamente- la señalización de una tendencia.

En intensidad, la atracción parece ser la emoción o el sentimiento más fuerte de cohesión social entre distintos grupos. La gente -en general- siente inclinación a unirse a quienes comparten con ellas cosas en común, conformando lo que se denomina grupos por afinidad. En este sentido, puede decirse que casi todos experimentamos una atracción por lo similar a algo nuestro que encontramos en el exterior de nosotros mismos, y que -en cierto modo- nos impulsa a acercarnos hacia aquello o aquellos que nos atraen, en virtud -ya sea- de gustos en común o afinidades de otra naturaleza, con las que nos sentimos identificados. Y esta parece ser, de alguna manera, una tendencia natural, de donde puede decirse que la cohesión social encuentra su fundamento en la atracción, o -en otros términos- que dicha cohesión será tanto mayor cuanto tanto mayor sea la atracción social entre sus miembros.

Al proceder así la persona, no lo hace por razones de "solidaridad" (como habitualmente creen los colectivistas) sino por motivos netamente individualistas y no solidarios, o al menos, no preponderantemente solidarios. Esta es una diferencia importante entre el colectivismo y el individualismo[1].

Pero los individuos también se relacionan socialmente con otros por razones de necesidad, en cuyo caso la afinidad que está siempre presente en la atracción, puede perfectamente estar ausente en la necesidad. En un sentido muy lato podría decirse que alguien esta atraído por algo que necesita pero se trata de un forzamiento innecesario de los términos y los conceptos que ellos involucran. En todo caso, también es cierto que muchas cosas que necesitamos no solo no nos atraen sino que hasta muchas veces nos repugnan, de donde resulta claro que no toda necesidad es por algo que nos atraiga, siendo posible que suceda al revés.

Con todo, pueden combinarse en una misma persona o cosa, atracción y necesidad. Pongamos un par de ejemplos. Cuando compro un cepillo de dientes lo hago por necesidad y no por atracción al cepillo. Pero cuando elijo determinado cepillo y no otro, eso lo hago por atracción. Por razones diferentes (o mejor dicho por motivaciones diferentes) atracción y necesidad y viceversa confluyen en un mismo objeto. Lo mismo sucede si hablamos de las relaciones humanas, por ejemplo, cuando acepto un empleo determinado estando antes desocupado, lo hago por necesidad, y si -adicionalmente- el empleo se trata de una tarea que personalmente me agrada aparecerá en dicho momento la atracción. Estos dos ejemplos son una muestra de situaciones en las cuales la necesidad y la atracción confluyen coexisten y conviven armoniosamente. Pero podría ocurrir lo contrario si -en el primer ejemplo- el vendedor no tiene el cepillo de mi gusto o –en el segundo ejemplo- el empleo que he conseguido es sobre una tarea que me desagrada o fastidia sobremanera. No voy a renunciar al cepillo ni al empleo porque -en estos supuestos- hemos dicho que tenemos necesidad de ambos, sin embargo, al comprar un cepillo o aceptar un empleo que no me gustan no hay allí ninguna clase de atracción, lo que no quita, claro está, que por un efecto de acostumbramiento -con el tiempo- yo crea que esas cosas me gustan o que finalmente me terminen interesando.

2.     Progreso, retroceso, estancamiento.

Como adelantáramos, el colectivismo centra su filosofía en que la sociedad nace, se desarrolla y evoluciona exclusivamente por la afinidad existente entre sus miembros, es decir, por lo que aquí hemos dado el nombre de atracción; a su vez, esta afinidad o atracción impulsa a las personas a dividirse en diferentes "clases sociales". Esta tesis es una de la columnas vertebrales del marxismo, quizás el más conocido y el más popular de los colectivismos de nuestra época, y en torno del cual se estructuran muchos de los otros colectivismos que copian sus dogmas fundamentales, sobre todo los económicos. El marxismo pone el nombre de "intereses de clase" a esas afinidades o atracciones que -según dicha trasnochada teoría-, impulsaría a las personas a unirse entre sí, en diferentes clases; de tal suerte que -sigue sosteniendo el marxismo- este impulso sería lo que determinaría la división de la sociedad en dos grandes clases sociales: la de la burguesía y la del proletariado. Ahora bien, lo característico de este agrupamiento clasista –siempre conforme al marxismo- es que la atracción o "interés de clase" no es una fuerza ni un impulso que surja del individuo, sino que depositan su origen en míticas "fuerzas materiales de producción" que a su vez –siempre según el marxismo- serían productos de la "evolución histórica". En otros términos, el marxismo ve al individuo como un títere del destino, un destino que lo conduciría ineluctablemente al socialismo.

La Escuela Austriaca de Economía se encargó de destruir la mitología marxista desde los primeros trabajos críticos de Carl Menger en Viena, Austria, en 1871, pasando por los de Eugen v. Böhm Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich A. Von Hayek, Murray N. Rothbard, George Reisman y muchísimos otros, desde entonces y hasta la actualidad. Nosotros mismos hicimos un humilde aporte en el mismo sentido[2]. De su lado, el filósofo K. R. Popper hizo otro tanto –si bien desde su propio enfoque- en su libro La sociedad abierta y sus enemigos. A fin de continuar esta exposición, daremos por sentado que el lector conoce la refutación al marxismo efectuada por dichos autores, caso contrario deberá remitirse a tales obras para poder comprender cabalmente a que nos estamos refiriendo en este momento.

La cuota de acierto del marxismo en el tema que en esta ocasión nos ocupa, es que es en parte correcto que la gente tiende a agruparse en función de afinidades o –como quieren llamarlo los marxistas- "intereses". Sin embargo, la cuota de error del marxismo consiste en que ello no origina de por sí "clases sociales" y mucho menos aun ni la historia ni el destino ni la evolución de misteriosas y míticas "fuerzas materiales de producción" tienen nada que ver en el fenómeno. Todo ello no solo es erróneo, sino como han demostrado sesudamente los autores citados antes, completamente disparatado, lo cual –además-, ha sido confirmado de acuerdo a los acontecimientos históricos devenidos con posterioridad a la fecha de la formulación de la profecía marxista. Ello invalida por completo al marxismo, ya refutado en el terreno económico por la Escuela Austriaca de Economía, también en el sociológico.

Si la gente se manejara exclusivamente de acuerdo a la atracción (de la manera que hemos explicado arriba) el progreso hubiera sido imposible, habida cuenta que la atracción nos impulsa a lo que vemos igual o parecido a nosotros, en tanto que la necesidad nos inclina a lo que vemos diferente a nosotros ; la innovación nace de la necesidad y no de la afinidad (atracción), en este caso, de la necesidad de mejorar ; en cambio la pura atracción hubiera dejado a la raza humana en el mismo estado en que se encontraba el hombre de la edad de piedra ; esto es así dado que la experiencia más elemental nos lo muestra en el mundo natural y social, y así, por ejemplo los animales se agrupan en función de la atracción aquí explicada

3.     Las necesidades

Como surge de la definición del vocablo necesidad con el que comenzamos este título, bien podemos observar que las distintas acepciones del término se refieren indistintamente a todo tipo de necesidad, es decir, incluyen a todos los seres vivos, sean animales, vegetales o humanos. Sin duda, los humanos compartimos cierto tipo de necesidades con animales y vegetales, pero además y -por sobre ellas- tenemos necesidades específicamente humanas, entre ellas –como ya lo señalara agudamente Ludwig von Mises- la necesidad de mejorar, o en términos misianos, la de pasar de un estado menos satisfactorio a otro más satisfactorio. Humanos y animales buscan –por ejemplo- por igual, alimentos, ya que la necesidad de alimentarse es una necesidad compartida por humanos y animales; la diferencia radica en que los animales buscarán siempre la misma cantidad y calidad de alimentos a fin de satisfacer su apetito del momento, sin embargo los seres humanos somos los únicos que aspiramos a alimentarnos cada día mejor (en calidad y cantidad). Los humanos somos los únicos seres del planeta Tierra que tenemos necesidades de dos tipos, inferiores y superiores. Compartimos las inferiores con los animales, pero las superiores son exclusivamente humanas.

El colectivismo que se centra en la atracción más que en la necesidad, como hemos dejado explicado arriba, si bien no desconoce esta última, al prestar su atención a las necesidades solo lo hace en las inferiores y no en las superiores, lo cual es sencillo de advertir. El colectivismo persigue la igualdad a toda ultranza, lo que ya de por si descarta cualquier tipo de mejora en la medida que si algo mejora en la sociedad colectivista ya deja de ser igual en relación con aquello que supera, lo que obligaría al colectivismo a que todo se mueva siempre en el mismo sentido y dirección ascendente, lo que –a su turno- anula el concepto mismo de mejora (lo igual no puede -por definición- ser mejor a otra cosa, porque de serlo dejaría de ser igual). El cambio uniforme (en ritmo y cantidad) que pretende el colectivismo para que todo sea igual a todo siempre, es fáctica, física y biológicamente imposible, es decir, es una teoría reñida con la realidad más obvia y elemental. El resultado es que la sociedad colectivista en poco se diferencia a una sociedad de hormigas o de abejas (en el mejor de los casos). Las sociedades animales son sociedades biológicas que se asemejan muchísimo a lo que es una sociedad colectivista en la práctica del mundo real.



[1] Para un mayor detalle de las diferencias entre el colectivismo y el individualismo véase mi libro Socialismo y capitalismo en http://ceefip.com/socialismo.htm

[2] Véase mi libro Socialismo y capitalismo en http://ceefip.com/socialismo.htm

20080818

Individualismo

Por Gabriel Boragina ©

Me he referido al individualismo otras veces antes de ahora; en alguna oportunidad creí que con lo que había dicho era suficiente para aclarar las reinantes confusiones existentes sobre el tema; sin embargo veo que no es así y de allí se hace imperioso insistir sobre la cuestión.

Desde un cierto punto de vista, la dicotomía entre individualismo y colectivismo resulta un tanto artificiosa, si se tiene en cuenta que toda acción individual repercute (se lo quiera o no) en los demás. En tanto el hombre viva en una comunidad, por mucho que pretenda hacerlo en forma aislada, todas sus acciones tendrán indefectiblemente -lo procure o no-, consecuencias sociales. La única forma que tendría de evitarlo sería habitando en una isla desierta. De allí, que las quejas de los que repetida y aburridamente se lamentan del "individualismo", no tienen mayor asidero ni lógica. Todas las acciones, inclusive las llamadas "colectivas" o "sociales" son el resultado de actuaciones individuales. De momento que los humanos somos individuos y no entes incorpóreos, irremediablemente -al vivir en sociedad- por muy egoístas que seamos, muy malvados y muy perversos, nuestros actos tendrán consecuencias sociales. Ahora bien, otro tema es, por supuesto, el resultado de estas acciones, que puede ser bueno o puede ser malo. En este sentido, la clasificación que ya hiciera F. A v. Hayek hace años entre individualismo verdadero y falso puede ser orientadora al respecto. Sin que Hayek estuviera necesariamente de acuerdo con lo que voy a decir, se me ocurre que seria bastante acertado establecer como criterio de demarcación que el individualismo verdadero conduce a los buenos resultados y lo que él llama el falso nos lleva derechamente hacia los peores resultados. En términos mas hayekianos el individualismo verdadero nos conduce al liberalismo y el falso al colectivismo.

En otros escritos míos opuse el individualismo al colectivismo sin hacer demasiadas distinciones acerca del primero, pero no advierto que las diferencias que hace F. A. V. Hayek entre los dos tipos de individualismo cambie demasiado todo lo que dije sobre él. En cualquier caso, habré de aclarar aquí al lector que en tales oportunidades me he estado refiriendo siempre a lo que Hayek denomina individualismo verdadero.

En un sentido mas hayekiano el individualismo no reniega del colectivismo sino que conduce a él, en tanto se trate del individualismo racionalista que engendra el racionalismo constructivista que perseverantemente ha combatido F. A. V. Hayek. En el individualismo racionalista hay todo un proceso que culmina en el culto al individualismo del líder, o -en términos de K. R. Popper-, del más apto, el mas sabio, el mas fuerte, el mas puro racialmente, etc. Paradójicamente, resulta de esto que el colectivismo es un sistema "individualista" en el que prima un solo individuo: el jefe, líder o caudillo, lo que es bastante coherente con la experiencia histórica y política en la cual, los regímenes colectivistas se caracterizaron siempre por el culto al líder carismático, encarnado ya sea en el César, el Führer, el Duce, el Comandante, etc.

Lo anterior implica que la colectivización se impone desde el líder y su séquito hacia abajo, lo que se colectiviza es a los súbditos, en tanto se preserva el individualismo de las jerarquías y los jerarcas. Nuevamente, esto sucedió a gran escala en la Alemania nazi, la Italia fascista, la Rusia soviética y la Cuba castrista, (y en otros países también) donde las cúpulas dominantes y sus jefes carismáticos no participaron de ninguna colectivización. Por el contrario, mantuvieron sus propiedades privadas (individuales) y acrecentaron sus patrimonios con las propiedades y recursos que expropiaron por medio de diferentes vías a los pueblos que subyugaron.

El colectivismo es un régimen individualista en sentido restringido, que se caracteriza por el culto al individualismo de uno y se elimina el individualismo de muchos (es decir, del resto, diferente al líder o conductor). Es un típico caso de individualismo por exclusión, aun así y todo, es preferible conservar la palabra colectivismo para diferenciarla del individualismo y evitar -de esta manera- la engorrosa empresa de tener que hablar de un individualismo falso y otro auténtico o verdadero. Y ello, es preferible, a pesar del gran mérito de F. A. V. Hayek en distinguir uno del otro, lo que hizo con indudable maestría y sapiencia.

El personalismo, el caudillismo, es un rasgo típico de los lideres de masas, es decir, de entes colectivos, que no se da en los regímenes individualistas (que podemos llamar con mas precisión, de pluralismo individual o plural-individualistas). El conocido personalismo del líder que impusieron a sus regímenes personas de corte tan siniestro como Lenin, Hitler, Stalin, Mussolini, J. Perón, Chávez, y otros que, pese a intentarlo no lo lograron del todo, no es ninguna otra cosa que una consecuencia natural del hecho de que el individualismo es una realidad física y social que ningún colectivismo pudo ni puede suprimir por mucho que históricamente así lo haya intentado, y que todo colectivismo termina, por su propia dinámica, en un régimen de corte personalista, donde el colectivo comunizado termina rindiendo culto y pleitesía a la persona del César, Duce, Caudillo, Jefe, Conductor, Comandante o Führer, o sea, cae en lo que combate, en el individualismo, pero no de muchos, sino de uno: el jefe máximo.

En cuanto a claridad conceptual y terminológica, me sigue pareciendo mucho más cristalino K. R Popper, cuando en La sociedad abierta y sus enemigos traza una excelente distinción entre las palabras individualismo, colectivismo, egoísmo y altruismo. Hasta el presente es lo mejor y más explícito que he leído sobre el asunto.

Sospecho muy fundadamente que los enemigos del individualismo -en realidad defensores del igualitarismo-, lo que persiguen encarnizadamente y combaten con todas sus fuerzas, es las diferencias individuales que el individualismo supone. Se me ocurre que quizás sería conveniente crear una nueva palabra que reemplace a la de "individualismo" y que represente mejor lo que este concepto quiere significar. Me parece que una expresión mucho mas preferible para suplir a individualismo es diferencialismo. Diferencialismo hace hincapié en el rasgo más notable del término individualismo, el hecho de que todos somos diferentes, algo que los partidarios del igualitarismo no pueden terminar de asimilar ni de aceptar bajo ningún punto de vista, excepto, como ya hemos explicado, y en forma paradójica, respecto de sus propios líderes o jefes, a quienes rinden culto a sus personas, es decir, a sus individualidades.

Corolario de todo lo anterior es: que toda conducta individual tiene consecuencias en lo social, lo que es igual a decir que el fin de lo individual es lo social. Ergo, la distinción entre "social" e "individual" es falsa, solo se trata de una mera y burda excusa del colectivismo para aniquilar las libertades del hombre.

Pero si –en cambio- siguen siendo ciertas las diferencias entre el individualismo y el colectivismo, comenzando por la más básica, que es la unidad de la que parten ambos y que resulta radicalmente diferente tanto en uno como en el otro. Nos explicamos: en el individualismo la unidad básica es el individuo, en el colectivismo la unidad básica es el grupo. Es decir, el colectivismo niega una realidad elemental a saber: que los grupos sólo pueden estar conformados y compuestos por individuos, y que un grupo no puede ser la unidad social básica primigenia, porque esto choca contra un hecho fáctico que viola las leyes de la física, la química, la lógica y del sentido común (la expresión sentido común, aquí equivale a sentido lógico y no tanto a un sentido generalizado o que pueda encontrarse en forma indiscriminada en cualquier persona). Para llegar al grupo (unión de individuos) el individualismo parte –necesariamente- del individuo, pero las cosas son diferentes en el colectivismo, que partiendo de la unidad mínima "grupo" (sin nada que le anteceda, es decir, sin individuos, en términos concretos) salta de allí a grupos mayores (colectivos mas amplios) que no tendrían fin, por la forma de hipóstasis que tiene toda teoría colectivista.

La psicología implicada en el colectivismo es interesante (por su evidente irrealidad), por cuanto un colectivista "razona" en forma de hipóstasis, esto es; piensa en función del grupo al que pertenece o de un grupo al que no pertenece (por ejemplo, un grupo adversario). Esta clase de sujetos no procede nunca, ni puede actuar, si no es sobre la base de lo que llama el "consenso" de su grupo de "pertenencia". Esto es, antes de reaccionar por si mismo, el colectivo-adicto indagará previamente sobre cual es la "ideología del grupo" o la posición concreta del mismo frente al punto que debe examinar o resolver. Intenta –por todos los medios a su alcance, tal como le han adoctrinado previamente- reemplazar su juicio lógico individual por lo que "supone" es el "juicio" del grupo o de la organización. ¡Como si los grupos u organizaciones pudieran tener "juicios"!, es decir pensamientos, mente, igual que los seres vivos.

El autoengaño en el que se sumerge el colectivista es que al no existir "juicios", "mente" ni "ideas" o "ideología" del grupo, lo que en definitiva se encontrará adoptando será la idea o directiva -en rigor- del jefe o líder del grupo que es -en suma-, lo que el colectivista se engaña llamando doctrina "del" grupo, "del" partido, "del" equipo, "de la" organización, etc. Como la realidad que no quiere ver, pero que -a su pesar- existe, nos dice a todos (menos al colectivista enceguecido), que las decisiones finales siempre son tomadas por individuos, y que el grupo (su grupo) al no tener entidad individual solo puede descansar en la identidad de una persona viva, esta identidad es asumida -por regla general- por el líder o líderes del grupo en cuestión, aunque en rigor, toda decisión final, siempre termina siendo adoptada por el máximo líder, en tanto los otros jefes, aunque nominalmente "pares", adhieren o prestan su acuerdo al jerarca mayor. O sea, el colectivista funciona en dos planos muy diferentes, el plano de la fantasía y la irrealidad, donde sueña o imagina que el grupo "posee" una "ideología, doctrina etc." y al "ser" un "ente vivo" puede adoptar "decisiones", y –segundo- el plano real del mundo concreto, donde -a su pesar o con su beneplácito-, las decisiones que él cree adoptar (o adherir) y que atribuye "al" grupo, en realidad, no son más que las directivas que el jerarca del grupo ha tomado por todos, (generalmente y en clara fórmula demagógica "en nombre de todos") y que, en ultima instancia, se manifiestan en ordenes, a las que eufemísticamente y demagógicamente se les da el nombre de la "filosofía" o "ideología" o "espíritu" del grupo facción u organización.

El origen de esta patología social tan generalizada, tiene raíces filosóficas muy profundas y muy remotas en el tiempo, como lo demuestra K. R. Popper en el primer tomo de su libro La Sociedad Abierta, cuando describe el colectivismo desarrollado por Platón como base del de Hegel y, posteriormente, el de K. Marx.

El individualista se diferencia del egoísta en muchos puntos, pero creo que el mas importante es este: el individualista ve a los demás como iguales a él, es decir, como individuos, esto implica que un individualista jamás usará a los demás como medios para conseguir sus fines. El egoísta, por el contrario, ve a los demás como instrumentos para su propio provecho, lo que hará que un egoísta siempre quiera y siempre haga todo lo posible para utilizar a los demás como medios para satisfacer sus propios fines.

Igualitarismo individualista

Por Gabriel Boragina ©

Es un error llevar a extremos la diferencia (poca, como veremos seguidamente) entre el individualismo y el igualitarismo, uno de los que, quizás, mejor comprendió esto, fue el filósofo Karl R. Popper (ver por ejemplo, su obra, La sociedad abierta y sus enemigos), el liberalismo es un típico caso donde se fusionan individualismo e igualitarismo.

La filosofía individualista es una filosofía profundamente social, humanitaria, solidaria y cooperativa siendo su instrumento económico el capitalismo impregnado este sistema por aquellos principios, el individualismo como yo lo veo, reconoce que el mundo y el universo donde ese mundo está inserto, se componen de unidades y al estar separadas se individualizan de allí la denominación de individuos, el reconocimiento de esta realidad recibe el nombre de individualismo o al menos yo así lo entiendo.

Esta forma de ver al individualismo en modo alguno se contrapone con el igualitarismo, no se deja de ser igual por ser un individuo. Porque la igualdad es un estado, en tanto que la individualidad es una esencia, en esencia somos individuos que podemos adoptar -y de hecho adoptamos- diferentes estados o condiciones, una de esas condiciones es, precisamente, la igualdad. Como ejemplo, podemos poner el siguiente, dos personas que reciben ingresos por 5 mil unidades monetarias, tienen ingresos iguales, sin embargo, al decir "dos personas" estamos aludiendo a su individualidad, ya que una persona es diferente de la otra, son diferentes entre sí, esa es su esencia, y son iguales en determinados aspectos de su entono o contexto, en el ejemplo, iguales en ingresos. Se pueden dar muchísimos ejemplos mas, pero creo que este ilustra a la perfección la tesis que individualismo e igualitarismo no son opuestos y no se oponen, excepto cuando se desea violar el discurso, con fines demagógicos, estilo al que son tan afectos nuestros dirigentes "sociales".

Pero, una cosa es reconocer esta realidad natural y otra muy diferente es sostener que DEBEN ser así, porque al hacerlo, estaríamos confundiendo lo natural con lo moral, ya que aludir a que algo DEBE ser de un modo o de otro implica un juicio moral o legal, pero por el momento analizaremos el juicio moral. Desde lo moral y como objetivo ciertos DEBER SER puede ser deseables en si mismos, por ejemplo la formula <se debe respetar la vida ajena> es un juicio moral deseable, estimulante, y reconfortante y además posible, sin violar ninguna ley natural.

Sin embargo la fórmula las personas deben tener iguales ingresos si bien puede ser un objetivo deseable moralmente, choca contra una realidad natural, que como hemos señalado, se refiere a la esencia humana y esta esencia es diferenciada, la observación del mundo real nos muestra que los resultados de las acciones de las personas son diferentes, y esto ocurre –sencillamente-, porque las personas son diferentes (no necesariamente porque sean individuos, aspecto este último que no niega los anteriores). Entonces pareciera que hubiera una contradicción ¿cómo se puede ser igual si se es diferente? La contradicción es solo aparente, la respuesta es que la igualdad es un juicio moral de valor y las diferencias entre las personas es un dato de la realidad, un hecho biológico, físico y psíquico, la cuestión radica, en suma, en que las ciencias naturales (la naturaleza y la vida) no saben nada de juicios morales. Pongamos otros ejemplos.

Yo podría desear que mi mascota, hablara conmigo y pudiéramos discutir sobre filosofía, sin embargo la realidad es que los animales no pueden hablar, al menos no en lenguaje humano. Mi deseo formulado en la proposición "los animales deberían poder hablar con los humanos" es un juicio moral, loable e interesante de poder discutir temas con animales, pero esto choca contra la realidad de las ciencias naturales (los animales no hablan el lenguaje humano).

Pretender una igualdad a ultranza en todos los terrenos, ya sea moral, física, biológica y psíquica, es la pretensión utopista de violar las leyes naturales, esto es lo que ha marcado el fracaso de los programas igualitarios a ultranza, como por ejemplo el del socialismo, y ninguna otra cosa, es un error pensar que los programas igualitarios absolutos hayan fracasado por fallas morales, no es así, cualquier mirada a la historia permite advertir que la igualdad ha sido una meta seguida desde tiempos de Platón (si bien este no fue ejemplo de postularla sino mas bien al contrario como indica Popper). La igualdad es una consecuencia y no una necesidad, el pensar que debe ser una disposición es lo que la torna en utópica, la desigualad no se debe a la maldad humana, aunque es cierto que puede agravarse como consecuencia de ella, en todo caso -si así queremos hablar- se debe a una "maldad" de la naturaleza y debería ser a la naturaleza a la que le deberíamos hacer el reclamo pertinente.

La igualdad siempre es ex post facto jamás ex ante.

Es un grave error creer que la humanidad ha partido desde una igualdad primigenia y que la maldad humana ha creado las desigualdades a posteriori, nada más falso que pensar de esta manera, cuando ha sido enteramente al revés, en los orígenes humanos hallamos enormes desigualdades que han sido paliadas, en parte, con el advenimiento del capitalismo, ya que el contar con mayores alternativas que otrora, iguala en muchos aspectos, a mayor numero de personas. En efecto, en el pasado había muy pocas alternativas a la posibilidad de perecer por hambre o sobrevivir, toda vez que la cantidad de alimentos a disposición de los seres vivos, era muchísimo menor que en nuestros días, y la lucha por la supervivencia se decidía por la fuerza bruta, donde el fuerte directamente aplastaba al débil. No había una tercera salida, las opciones se reducían a vencer o morir.

La evolución moral que tan bien nos explicara Friedrich A. von Hayek en sus libros (sobre todo en La fatal arrogancia) creó instituciones tales como la moneda, el comercio, la propiedad privada, la justicia, entre otras, desembocando todas ellas en la civilización, todo lo cual generó mayores oportunidades a la humanidad, ya no solo para sobrevivir sino, además, para progresar.

No faltará alguna mente retorcida que diga que esto es un alegato contra la igualdad, pero estas líneas no están dirigidas a esos pigmeos mentales, que no se pierden la primer oportunidad que se les ofrece para tergiversar al disidente, sino a quien sabe y puede entenderlas.

Como ya hemos explicado tantas veces, la única manera, el único camino de obtener igualdad y progreso con individualidad, es mediante el capitalismo liberal. Quien no entiende esto, solo debe abrir la mente, estudiar, hacer cursos y leer libros. Si no desea hacer ninguna de estas cosas, es porque desea seguir siendo un calumniador e injuriador gratuito.


Las ideas y las palabras

Por Gabriel Boragina ©

Uno de los principales problemas con que nos afrontamos los estudiosos de las ciencias sociales, es la imprecisión del lenguaje, la vaguedad y ambigüedad de las palabras. Las ciencias "exactas" corren con ventaja en este sentido, no porque verdaderamente sean exactas, en rigor, no existe nada exacto en la naturaleza, sino porque lo exacto en ellas es el lenguaje con el que se expresan, en efecto, disciplinas como las matemáticas, la física, la química, la biología, la astronomía, etc. no tienen nada de exacto ellas en si mismas, lo que es exacto es el lenguaje con el que se expresan sus teoremas, que no es otro que un lenguaje simbólico, como el de las matemáticas.

De allí, que en ciencias sociales, frecuentemente tengamos que repetir, reiterar y definir una vez tras otra el significado que le damos a las palabras, precisamente, porque la característica de esta clase de lenguaje es la ambigüedad, por ello es tan frecuente que la misma frase o aun la misma palabra sea interpretada por dos personas de manera completamente disímil.

A ello, tenemos que sumarle que los tiempos y las modas hacen lo suyo y van transformando el significado de las palabras, y si para peor, consideramos que no todos los seres humanos hablan el mismo idioma sino que hay cientos de ellos, el panorama para entenderse no puede ser mas complicado todavía.

Aun así y todo, y a pesar de tan desconsolador panorama, los seres humanos tenemos que realizar lo posible por tratar de hacernos entender los unos a los otros, porque, como reza un antiguo y celebre refrán "la gente hablando se entiende" aunque esto es, las mas de las veces, una expresión de deseos que una realidad. Muchas personas -sino todas- forman sus propios criterios basados generalmente en ideas de otros, a quienes admiran o respetan o bien imitan, en ocasiones por causas que ni el propio sujeto puede identificar con claridad.

Volviendo a la necesidad de hacerse entender, cuando los autores repiten recurrentemente -en un mismo o diferentes textos- ideas o comentarios, conceptos y teorías, generalmente, lo hacen para poner énfasis en nociones que quizás en ese momento no son bien comprendidos por la gente que el autor en cuestión estima serán sus lectores y destinatarios de sus escritos, otras veces, el énfasis se debe, a insistir sobre ideas nuevas que también podrían ser recibidas con cierta dificultad por aquellos posibles potenciales lectores u oyentes, ya que el medio por el cual se transmite ideas y conocimientos, como la experiencia me lo ha demostrado a mi y a otros, no cambia en absoluto el fondo de la cuestión.

Particularmente, este es mi propio caso al escribir mis libros y artículos.

Ligereza y superficialidad.

Con todo, nadie puede sentirse autorizado a criticar a un autor si no puede demostrar que ha leído mas de un cincuenta por ciento de sus obras, cota que en la práctica se halla muy lejos -por cierto- de la mayoría de los críticos de obras, vivimos en una época de tanta superficialidad que, indudablemente, la relajación ha llegado al campo de la cultura y de las letras, hoy por hoy, cualquier improvisado, ajeno total o parcialmente a la disciplina sobre la cual pretende tener "autoridad", critica con aires de suficiencia a autores de los cuáles apenas puede demostrar haber leído escasamente una o dos líneas de sus textos originales, en tanto la mayoría de los críticos ni siquiera pueden demostrar haber leído siquiera los títulos de las obras que pretenden criticar.

Esto complica muchísimo mas el problema de hacerse entender y de trasmitir ideas y conceptos nuevos, que numerosos de ellos en realidad no son tan nuevos, sino desconocidos. En efecto, la mayoría de las discusiones que se suscitan en el aérea de las ciencias sociales tiene siglos de existencia, ocurre que son completamente desconocidos e ignorados por las grandes masas e incluso por nuevas generaciones de estudiosos e intelectuales, de modo que tienden a plantearse cuestiones que ya fueron discutidas en el pasado y, sin saberlo, los modernos no hacen mas que reactualizar una y otra vez.

Ahora bien, forzoso es reconocer que si bien existen, en cualquier área que se analice, multiplicidad de teorías y, en un lenguaje popperiano, cientos -o miles quizás- de conjeturas, no obstante ello, y como ya señalaba en el siglo XV el filósofo francés Michael Montaigne, la gran mayoría de los malos entendidos y disputas entre las personas se debe tan solo a desacuerdos gramaticales, hay algo mas grave aun, la naturaleza emocional del hombre lo hace reparar (en cualquier conversación o lectura), mas en la forma en la que se expresa una idea, que en la idea misma, y por consiguiente, lo hace atender mas en las palabras que utiliza el otro al expresarse, que en lo que quiere significar con tales palabras. Este defecto, terriblemente común en personas de cultura media y baja es, en cambio, también observable en algunas personas de cultura alta, lo cual es, prácticamente imperdonable.

Otras cuestiones implicadas.

Hay, sin embargo, otras cuestionas implicadas en la dificultad de entenderse que tienen las personas en los diálogos, que se pueden dividir en dos ramas básicas; la primera es el de la persona que no entiende, de ningún modo, el significado con el que se utilizan las palabras y por consiguiente, tampoco entiende las ideas que se le pretenden trasmitir con tales palabras, en tanto que la segunda, es el de aquellas personas que poseyendo un grado de cultura e instrucción aceptable y suficiente para ello, se niegan, no obstante, a entender la significación que su interlocutor le da a sus dichos. En mi experiencia docente, esto lo noto a diario, la diferencia radica, en resumidas cuentas, entre el que no puede entender, porque no esta aun preparado, (o no puede prepararse) y el que pudiendo entender, no desea en absoluto hacerlo. En tanto que el primer caso es excusable, el segundo no lo es, si bien los supuestos del primer tipo son bastante numerosos, los ejemplos del segundo tipo los superan con creces, en efecto, con los medios que se disponen hoy en día, la tecnología, prácticamente al alcance de todos, la radio, la TV, el Internet, hay poco margen para la ignorancia absoluta o la desinformación completa, esto quizás, sería argumentable una centuria atrás, pero en los tiempos que corren, sería totalmente inaceptable esgrimir este tipo de excusas.

Lamentablemente, el segundo caso es el mas frecuente y numeroso, no porque muchas de las cuestiones que hoy se debaten sean extremadamente complejas, sino por la sencilla razón, que la mayoría de las personas, aun las sedicentes cultas, son mas movidas por la petulancia, la arrogancia y la pedantería, que por la virtud de reconocer que el otro puede ver de forma diferente las cosas, sin necesidad de que este animado por alguna perversión para ello, en otras palabras, la tendencia a pensar que quien discrepa con nosotros está impulsado por la perversidad y la maldad, esta fuertemente arraigada en nosotros. Este rechazo a la discrepancia, cuando se llega al poder, es sumamente peligroso en posesión de tales personas. Efectivamente, es muy humano y también muy riesgoso, creer desde una posición de poder, que la razón siempre estará de nuestro lado.

La cultura.

Hace tiempo que creo que hay una cultura que infunde en nosotros las virtudes y otra que hace hincapié en los vicios, a la vez que trata de inculcarnos como virtudes, como dijimos antes, la soberbia, la arrogancia y la pedantería, que son debilidades humanas, bastante arraigadas en la mayoría de las personas, pero también es cierto, que hay culturas que fomentan estas debilidades como si fueran valores deseables a perseguir, el socialismo es una de estas culturas, su base es la envidia, el desprecio y el odio al exitoso, al individuo que obtiene logros, sobre todo, si estos logros son de índole económica.

Claro que, cuando hablamos de socialismo, me estoy refiriendo a algo muy especifico y concreto y no a cualquier significación romántica o de interpretación libre que le deseemos dar al termino, porque insisto, que si los humanos deseamos algún tipo de acuerdo, o aproximarnos a algún tipo de entendimiento, la primer concordancia a la que debemos arribar, es que las palabras no tienen un sentido unívoco y que ello nos obliga siempre, si queremos ser honestos intelectualmente, a aclarar en todo momento y lugar, qué queremos decir con las palabras que utilizamos. En el caso del socialismo, el liberalismo y el capitalismo, he dedicado buena parte de mi carrera a estudiarlos primero, y explicarlos mas tarde, basado en una tradición de pensamiento casi desconocida -por no decir que por completo ignorada-, me refiero a la Escuela Austriaca de Economía, nuevamente, intentar debatir conmigo términos y conceptos a los cuales yo les estoy dando una significación concreta, que a su vez está inscripta en esta tradición de pensamiento, sin manejar mi interlocutor nociones mínimas de dicha tradición o escuela, lleva, como la experiencia también me la ha demostrado en mas de una ocasión, a círculos viciosos que no conducen, en rigor, a parte alguna. Y esta no es una posición arrogante ni misteriosa, de momento que a nadie se le niega saber lo que ignora, la escuela austriaca de economía no es un saber oculto, ni una ciencia esotérica accesible solo a un pequeño grupo de iluminados, por el contrario, todo aquel que desee instruirse sobre sus postulados, ya sea básicos o profundos, puede hacerlo en muchos sitios, tales como el CEEFIP , y a muy bajo costo, el punto en cuestión es, que como he dicho antes, la gran mayoría de las personas con la que he venido discutiendo estos temas desde hace bastante, y que se confiesan socialistas o socialdemócratas de una u otra manera, simplemente no desea saber cosa alguna sobre esta escuela de pensamiento, pero su arrogancia, petulancia y pedantería, no les impide querer cuestionar sus postulados, desde la mas supina ignorancia y desconocimiento, aunque con insolente autoridad.

Esta es la actitud que marca la cultura de nuestros tiempos, la soberbia, la ignorancia y la pedantería, el pretender maestría sobre lo que se ignora, el rechazo a la humildad, a la actitud socrática, este es legado de la sociedad socialista.